Hermann Hesse

Los inmortales

 

 

Hasta nosotros sube de los confines

del mundo el anhelo febril de la vida:

con el lujo la miseria confundida,

vaho sangriento de mil fúnebres festines,

espasmos de deleite, afanes, espantos,

manos de criminales, de usureros, de santos;

la humanidad con sus ansias y temores,

a la vez que sus cálidos y pútridos olores,

transpira santidades y pasiones groseras,

se devora ella misma y devuelve después lo tragado,

incuba nobles artes y bélicas quimeras,

y adorna de ilusión la casa en llamas del pecado;

se retuerce y consume y degrada

en los goces de feria de su mundo infantil,

a todos les resurge radiante y renovada,

y al final se les trueca en polvo vil.

 

 

Nosotros, en cambio, vivimos las frías

mansiones del éter cuajado de mil claridades;

sin horas ni días,

sin sexos ni edades.

Y vuestros pecados y vuestras pasiones

y hasta vuestros crímenes nos son distracciones,

igual que el desfile de tantas estrellas por el firmamento.

 

 

Infinito y único es para nosotros el menor momento.

Viendo silenciosos vuestras pobres vidas inquietas,

mirando en silencio girar los planetas,

gozamos del gélido invierno espacial.

Al dragón celeste nos une amistad perdurable;

es nuestra existencia serena inmutable,

nuestra eterna risa, serena y astral.

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Âme

 

 

Âme

 

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