Hermann Hesse

Klingsor a Edith

 

 

¡Amada estrella celeste!

 

¡Qué bondadoso y auténtico es todo lo que me escribiste, cómo me llama dolorosamente tu amor cual infinito sufrimiento e infinito reproche. ¡Pero estás en el buen camino si me confiesas a mí, y te revelas a ti misma, todos los sentimientos de tu corazón! ¡No tildes de pequeña e indigna a ninguna emoción! Toda emoción es buena, muy buena; también el odio y la envidia, los celos y la crueldad. Únicamente vivimos de nuestros pobres, hermosos y divinos sentimientos, y siempre que somos injustos con uno de ellos es como si apagáramos una estrella en el firmamento.

 

No sé si amo a Gina. Lo dudo. No podría hacer ningún sacrificio por ella. No sé siquiera si soy capaz de amar. Puedo experimentar deseos y buscarme a mí mismo en otros seres, sorprender ecos afines, ansiar un espejo que refleje mi imagen, necesitar placer y goce, y todo esto puede parecer amor.

 

Tú y yo vagamos perdidos en el mismo jardín, el jardín de nuestros sentimientos insatisfechos en este bajo mundo, y cada uno de nosotros se venga a su manera de este mundo maligno. Pero ambos queremos dejar vivir las ilusiones del otro, porque sabemos cuán dulce y fuerte es el vino de los ensueños. La comprensión cabal de sus sentimientos y del "alcance" y consecuencias de sus acciones sólo la logran los seres buenos y firmes, aquellos que tienen fe en la vida y que nunca dan un paso que no aprobarían también en lo futuro. Yo no tengo la suerte de pertenecer a ellos, yo siento y obro como un ser que no cree en el mañana y considera cada día como el último día.

 

Querida y hermosa mujer, estoy tratando sin éxito de expresar mis sentimientos. ¡La palabras matan las ideas! ¡Dejémoslas vivir! Siento con profundo agradecimiento cómo me comprendes, cómo hay algo en ti que nos une. Sin embargo no sé cómo habría que clasificar en el libro de la vida nuestros sentimientos, si como amor, voluptuosidad, agradecimiento o compasión; ignoro si son maternales o infantiles. A veces miro a cualquier mujer como un viejo libertino y otras veces como un pequeño muchacho. A menudo me atrae la mujer más pura y otras veces la más sensual. Todo lo que yo pueda amar es hermoso, sagrado e infinitamente bueno. Pero no es posible comprender por qué amo, por cuánto tiempo y con qué intensidad.

 

Ya sabes que no te amo únicamente a ti, y que tampoco amo solamente a Gina; mañana o más tarde amaré otros cuadros, pintaré otros cuadros. Pero no lamentaré ningún amor que sintiera jamás, ni acción sabia o necia que haya cometido por él. A ti quizás te amé porque te pareces a mí y a otras las amo porque son distintas a mí.

 

Está alta la noche y la luna asoma ya sobre el Monte Salute. ¡Cómo ríe la vida, cómo ríe la muerte!

 

Echa al fuego esta insulsa carta y échalo al fuego a tu

 

KLINGSOR .

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