Hermann Hesse

Letras

 

 

Empuñemos la pluma cualquier día.

Signos queden trazados sobre la blanca hoja;

Dirán esto o aquello, cosas inteligibles.

Es como un juego limpio que obedece a sus reglas.

Mas pensad que un lunático, un salvaje pudiera

Por un azar extraño llevar hasta sus ojos

Esa hoja, ese campo de estrías y de rúnicas plumadas,

Expuesto a su curioso investigar.

Contemplaría absorto

Una imagen incógnita del mundo,

Un aposento raro de mágicas figuras.

Vería en la A y en la B al hombre y a la bestia.

Vería agitarse a la A y en B ojos, lenguas y miembros,

Allí pensativos, impulsados aquí por el instinto;

Tan pronto circunspecto como desaforado,

Leería a la manera de uno que intentara descifrar

el sentido de las huellas de un cuervo sobre la nieve;

tendría prisa y paz, sufrimientos y afanes;

y tras el aquelarre de los oscuros trazos,

a través de ligados, tildes y gavilanes,

vería deslizarse las posibilidades de todo lo creado,

vería los incendios del amor, las convulsiones del dolor.

Asombro, hilaridad, llanto temblores

le zarandearían en cuanto descubierta

que allí, en la rígida cárcel de aquellos caligramas,

minimizado en signos, se encuentra el mundo entero

con su ímpetu ciego.

Ya el mundo se le antoja hechizado y tan menudo,

Ya los rígidos rasgos, cual cadena de presos, se le antojan

Tan semejantes entre sí,

Que muerte y ansia de vivir, voluptuosidad y padecer,

Se hermanan y apenas se pueden distinguir...

 

 

Ahora el salvaje torna en grito

Su angustia insoportable: atiza el fuego,

y golpeándose la frente, cantando letanías,

entrega a las llamas la blanca hoja de las runas.

Luego, tal vez amodorrado, presiente

Que aquel No-mundo, aquella futesa encantada,

Aquella insoportable sensación, van a ser reabsorbidos,

Retroceden ya con rumbo a las regiones de lo que nunca ha sido

a las tierras de nadie.

Entonces el salvaje suspiraría, sonreiría; sanaría...

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Âme

 

 

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